Aquella mañana me desperté en el suelo tumbado en una camita a los pies del sofá. No sé cómo había llegado allí. Salí a la calle y noté algo extraño, como si todo el mundo me mirara con ternura y algunos e incluso se acercaran a acariciarme, pero por lo contrario también algunos se asustaban de mi. Esa situación era rara, pero tampoco me desagradaba.
Como todas las mañana fui al bar de la esquina para desayunar. Cuando entré tuve la sensación de que nadie me entendía, pero yo tampoco los entendía a ellos. Esa mañana veía el mundo desde otra perspectiva, sin problemas ni preocupaciones.
Volví a casa después de un largo rato paseando, pensando qué podría ser lo que me sucedía esa mañana o lo que le le pasaba al resto de la gente. Mientras subía en el ascensor me miré al espejo. En él se reflejaba la silueta de un animal pequeño y peludo. Un perro.
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